Domingos en los que las guardias médicas se pueblan de historias

Crónicas del nuevo milenio. 

Abierto las 24 hs. Pasa de todo y pasan en todos en los hospitales y clínicas que atienden urgencias. No solo afectados por una repentina enfermedad, heridos y víctimas de accidentes o agresiones. También quienes buscan calmar angustias.
Alejandro Czerwacki Especial para Clarín

Ir al cine, ver un partido de fútbol, tomar sol en una plaza, cualquier opción será más atractiva que pasarse un domingo en una guardia de un hospital o una clínica.
Aunque esto parece ser una verdad irrefutable, sin embargo, para mucha gente, estar en esos sitios desangelados y grises, también forma parte del ramillete de posibilidades para “disfrutar” ese día del fin de semana.
Quizás el síndrome de apocalipsis del día previo a trabajar, la soledad o la angustia existencial del mismo desamparo empujan a muchos a engrosar la lista de espera en esos “no lugares”, espacios donde nada pasa ni va a ocurrir, apenas lugares de tránsito a algún lugar, quien sabe dónde.
En el sector B de la guardia del Hospital Fernández, un domingo cualquiera cuando comienza la tarde, la gente aguarda sin impaciencia a la vista y está sentada, parada o acostada, dependiendo situación, estado de ánimo o grado de alcoholemia, en algunos casos.
Es que las borracheras del sábado a la noche también forman parte del ejército de consultantes. Afuera llovizna y está fresco, adentro en algunos sectores parece haber goteras.
Una mujer, que quiere descartar si tiene una infección urinaria, no se separa de su hija, que vino a acompañarla; un padre espera que a su hijo de 30 le den algo para bajarle la fiebre; una acompañante terapéutica aguarda que su paciente, a quien todavía no saludó formalmente, termine el sueño eterno que comenzó la noche anterior para saber en qué puede ayudarlo. Uno de seguridad pregunta: “¿Todavía sigue durmiendo el muchacho?” Nadie le responde.
El silencio en este sector se recorta por alguna radio a todo volumen, cuyo sonido aparece de a ratos.
Nadie reparará en una persona tirada en el piso sobre un costado, tapada por unas pocas mantas.
Quizás para Angelina, un traves ti de 30 años que vive hace ocho meses en el Fernández y sabe bien lo que es dormir en las guardias, todo eso es parte de una misma escenografía. Vino de Ledesma, Jujuy, hace algunos años y está las 24 horas acá, su refugio, su hogar.
“Los domingos la gente está impaciente, se pone agresiva, están muy borrachos, pasados de cocaína, se enojan de nada –cuenta. A veces veo que les quieren pegar a los doctores”. A pocos metros está Ysmael, que habla a los gritos y le cuesta caminar. Fanático de Boca, con gorrito futbolero a la vista, dirá que nadie lo quiere atender de su problema en la pierna, que se cayó de un primer piso y que es alcohólico.
“Soy el remedio sin receta”, podría tararear pero en su radio se escucha “Cuando me suba esa cara de gaste y me baje el alcohol”, una de Soda Stereo de los ‘90.
“La mayoría de los que vienen el domingo es para buscar certificados médicos, consultas por patologías que llevan meses de evolución y no son para guardias, los alcohólicos y adictos –explica Marta Arévalo, con 28 años como médica clínica de guardia en el Fernández, que además atiende ad honorem en la Villa 31 y es autora de la página de facebook “Ojo de guardia”. Es un día donde trabaja mucho el equipo de toxicología y psicopatología. Hay muchos que vienen con problemas psicológicos a buscar alivio, contención y estamos en un hospital público de agudos que tiene que atender catástrofes”.
Otra médica con ambo violeta, que prefiere el anonimato, dispara: “Vienen con supuestas molestias abdominales que arrastran hace quince días y no se condice para una urgencia. Algún otro tipo de problema esconden”. Se le acerca un hombre de unos 60 años que no para de reclamar a quien quiera oírlo una ampolla de dicloflenac, para calmar sus molestias. Otro paciente le responde con voz más alta aún: “¿Qué te cuesta anotarte? Yo también me anoté. Andá a dar tu nombre y apellido sino ellos no pueden justificar lo que dan”.
Los días domingos las guardias funcionan casi como un día de semana, donde ya el incremento de pacientes a lo largo de los años es un hecho. Según cifras del Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad, en el Hospital Fernández crecieron los pacientes en su guardia: en el 2014 fueron 133.364 mientras que el año pasado ascendieron a 137.806, más de cuatro mil personas más. De acuerdo a un relevamiento de ADECRA-CEDIM (cámara que nuclea más de 270 instituciones médicas privadas del país), el crecimiento año a año es constante. Una clínica de las grandes, con más de 200 camas, atiende alrededor de 11 mil pacientes al mes, explican en la entidad. En sintonía con esa evolución, de acuerdo a datos del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, en todo ese territorio bonaerense pasó de tener 15.203.953 de consultas en el 2014 contra 16.210.346 del año pasado, es decir, más de un millón de nuevos consultantes en sus hospitales tanto del conurbano como del interior.
En su versión más extrema hay pensadores que creen que la medicina sin límites llega a “expropiar” la salud, el desánimo, el sentimiento del vacío existencial. Así se refieren los médicos españoles Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández en su libro “La expropiación de la salud”, donde explican que este fenómeno de las sociedades modernas incrementa los miedos a la enfermedad y al sufrimiento y aumenta el círculo de dependencia de los médicos.
La tarde lluviosa del domingo ahora me traslada a pocas cuadras de ahí, al Hospital Bernardino Rivadavia.
¿Habrá aquí también numerosas personas esperando que alguien emparche su ansiedad o tal vez su dolor inconmensurable? Al abrir la puerta de la guardia que da a la avenida Las Heras, se ve la pequeña sala de espera con treinta personas sentadas que aguardan con rostros deprimidos, grises aunque no moribundos. No hay más lugar ahí y la mesa de entradas o recepción está vacía, cuya ventana está cubierta de un curioso enrejado.
La imagen de un teléfono público que parece en desuso hace más apocalíptica la escena. Víctor Hugo, de 25 años, trabaja en un restaurante y vino porque tiene fiebre, no se siente bien. Después de un rato de charla, se ríe y se sincera: “Ya debería estar bien, el viernes salí, fumé, tomé y bueno ? es responsabilidad mía (vuelve a reír). El cigarrillo viste … es así?”. Afuera, una chica alemana que vive hace dos años en el país espera aburrida que su amiga salga de la guardia: “Tiene el codo derecho rojo, yo me hubie-se puesto una crema pero ella quería venir igual”, se encoge de hombros al comentarlo. “Las personas que van por cuestiones emocionales o psicológicas a una guardia tienen cuadros de angustia y piensan que se van a morir, pacientes depresivos que en general van con diversos motivos pero hay mucho desamparo y buscan un lugar de cuidado y atención o en una iglesia o templo o en una guardia médica –explica con autoridad el doctor Norberto Abdala, médico psiquiatra y autor del libro “Las trampas de la mente”. Es probable que con la liquidez de los vínculos y con los niveles de estrés e incertidumbre, haya mucha gente que vaya a una guardia médica en días como los domingos”.
El doctor Eduardo Pecoraro fue por más de veinte años el Jefe de Unidad de Guardia del Hospital Ramos Mejía y actualmente sigue vinculado a la institución. “Hubo un incremento en las patologías de salud mental como cuadros de brotes psicóticos y neurosis, cuadros depresivos, de angustia.
Hay muchos cuadros en apariencia orgánicos que esconden un trasfondo psicológico”. A unas diez cuadras del Rivadavia está la Clínica Bazterrica, ya es domingo 8 pm y tiene casi toda su sala de guardia con pacientes esperando.
No hay epidemias, brotes masivos de alguna enfermedad ni pestes o al menos los medios no informaron tal cosa. Sin embargo, hay mucha gente. Una chica de unos 25 pide a gritos a un médico: “!Me estoy yendo en sangre!” y muestra un dedo de su mano con una gotita roja. Le piden que se relaje en un consultorio pero ella vuelve a exclamar una y otra vez ¿contención, quizá? El doctor Oscar Villarreal hace un tiempo que trabaja en la guardia de esta cínica privada y en especial los domingos y observa esa escena y sonríe. “El 90% de las consultas no son emergencias –dice tajante. Los cuadros varían desde un dolor de garganta, de panza, de un dedo, un resfrío y lo más llamativo es que te dicen que hace varias semanas que están con eso. Hoy domingo hay bastante gente y en vez de que vayan a disfrutar el día, están acá. Algo debe estar pasando en la salud mental, tal vez será un tema de estrés. Pero a su vez, todo esto nos termina estresando a nosotros, que esperamos urgencias y lo que vemos es otra cosa”. w

Los cuadros varían desde un dolor de garganta, de panza, un resfrío y lo más llamativo es que te dicen que hace varias semanas que están con eso”

Algo debe estar pasando en la salud mental, tal vez será un tema de estrés.
Pero a su vez, todo esto nos termina estresando también a nosotros”

Para mucha gente, estar en esos sitios desangelados y grises, también forma parte del ramillete de posibilidades

Lugar difícil. Según cifras del Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad, crecen los pacientes en las guardias.

 

25/09/2016 Clarín – Nota – Zona – Pag. 42 

 

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